miércoles, enero 04, 2006

Hiroo Onoda, El Ultimo Guerrero.


Cuantas veces habremos visto en el cine, o leído en las novelas, esas historias, casi míticas, en la que un guerrero japonés de la Segunda Guerra Mundial es encontrado en la jungla, muchos años después, sin saber que la guerra ya ha concluido; pues bien, la ficción no es tal cuando nos encontramos con la vida del joven teniente del ejército japonés, Hiroo Onoda.

Este fiel y devoto soldado (como todo buen soldado nipón durante la guerra), fue enviado, en 1944, a la isla de Lubang, en Filipinas. Al terminar la guerra, Onoda, que había quedado aislado de sus tropas, no pudo saber que la contienda había terminado en agosto del 45. Así fue como, sólo y prácticamente desarmado, el aguerrido militar vivió en la jungla, alimentándose de lo que daban los árboles y luchando contra un inexistente enemigo norteamericano. Su lucha duró... ¡29 años!

Fue en 1974, cuando un turista japonés que hacía camping en la región, lo descubrió en medio de la selva. El visitante, extrañado ante su ya exangüe vestuario, se dio cuenta que se encontraba frente a un antiguo oficial militar y trató de decirle que la guerra había concluido. No obstante esto, Onoda se negó a creerle y no quiso deponer las armas. Para ello, le dijo al campista, debería recibir una orden directa de su superior jerárquico.

El desconcertado turista regresó al Japón y puso en conocimiento del país su extraño descubrimiento. El que fuera jefe del soldado “perdido” (ahora un librero de viejo), tuvo que tomar un avión hacia Filipinas y encontrarse con su antiguo subordinado. Le ordeno entonces que desistiese de su bélica actitud y que se incorporarse de nuevo a la vida civil. Sólo en ese instante Hiroo Onoda, obedeció la orden, regresando al Japón.

En su país, el teniente del ejército nipón fue recibido con honores de héroe nacional y condecorado por su devoto y persistente servicio. Una de las primeras cosas que hizo, ya en su tierra, fue visitar su propia tumba.

Da la impresión de que las Filipinas influyen de una manera especial a los soldados que combaten en sus tierras. Como Hiroo Onoda, los soldados españoles que lucharon contra los tagalos, en 1899, por defender su colonia, y que fueron conocidos como “los últimos de Filipinas”, resistieron incluso después de que la guerra hubiera concluido. Hasta que no comprobaron, con datos fehacientes, que la derrota era una realidad, no abandonaron las armas ni prestaron oídos a aquellos que les conminaban a dejar la lucha.

¿Existirán ahora soldados tan leales?

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